la inopia
ahora que sé escanear textos y pasarlos a word instantáneamente (duque :P), puedo atormentaros más a menudo con cosas como ésta :D. es un cuento perteneciente a El porqué de las cosas, de quim monzó:
La inopia, de quim monzó
La profesora universitaria va a almorzar a casa del profesor universitario. Trabajaron juntos hará unos doce años y de vez en cuando (cada año o cada dos años) almuerzan juntos y se cuentan cómo les ha ido desde la última vez que se vieron. Esta vez hace casi tres años que no se ven: desde antes de que ella se divorciase.
La profesora universitaria pasa todo el rato hablando únicamente de si la gente está buena o no. «¿A ti te parece que Kim Bassinger está buena?», pregunta. «No me parece que Mickey Rourke esté tan bueno.» «Bruce Willis sí está bueno.» «En mi facultad hay un profesor que está buenísimo.» «¿Tú crees que Andreu está bueno?»
Es la caricatura en negativo de un determinado tipo de hombres, cuando hablan de mujeres. Pero con ciertos detalles que la convierten en ridícula. Los hombres que ella inconscientemente caricaturiza nunca preguntarían si tal o cual mujer está buena.
Lo sabrían desde el momento mismo de verlas, fuera en el cine, en una revista o en la facultad. Tampoco dirían siempre «está buena», como única frase del repertorio, y tendrían cincuenta frases más, desde poéticas a groseras, para describir todos y cada uno de los detalles anatómicos o el potencial lascivo que intuyeran en cada caso.
Después de años y años de estar absolutamente casada, ahora (después del divorcio) ha descubierto el Mediterráneo. Pero tantos años de falta de práctica han hecho que olvidase cómo se nada, o que lo haga con tan poca destreza que no pueda adentrarse mucho en el mar.
No se está quieta en la silla. Enciende un cigarrillo tras otro y los aspira con intensidad. Lleva los labios pintados de rojo intenso. Antes de divorciarse no se los pintaba. No se ponía nada de maquillaje. Ahora, en cambio, lleva la cara como un cromo. Cuando sonríe (sonríe todo el rato), el maquillaje le hace un pliegue como de cartón en las comisuras de los labios. Y el pelo lo lleva cortado a la perfección, teñido de un castaño rojizo que en las canas se vuelve cobre grisáceo.
Mientras toman café, el profesor universitario la escucha y la observa. ¿Se estará reprochando todos los años perdidos en la fe monogámica? ¿Estará haciendo la lista de la cantidad de hombres que podría haberse tirado y no se ha tirado? ¿Será consciente de que, fiel a la fidelidad, se le ha aflojado la carne, le han salido arrugas y gente que hace diez años hubiera querido follar con ella ahora ni lo considera?
-¿Por qué me miras tan fijo? -dice ella de golpe-. ¿No te me querrás insinuar?
La inopia, de quim monzó
La profesora universitaria va a almorzar a casa del profesor universitario. Trabajaron juntos hará unos doce años y de vez en cuando (cada año o cada dos años) almuerzan juntos y se cuentan cómo les ha ido desde la última vez que se vieron. Esta vez hace casi tres años que no se ven: desde antes de que ella se divorciase.
La profesora universitaria pasa todo el rato hablando únicamente de si la gente está buena o no. «¿A ti te parece que Kim Bassinger está buena?», pregunta. «No me parece que Mickey Rourke esté tan bueno.» «Bruce Willis sí está bueno.» «En mi facultad hay un profesor que está buenísimo.» «¿Tú crees que Andreu está bueno?»
Es la caricatura en negativo de un determinado tipo de hombres, cuando hablan de mujeres. Pero con ciertos detalles que la convierten en ridícula. Los hombres que ella inconscientemente caricaturiza nunca preguntarían si tal o cual mujer está buena.
Lo sabrían desde el momento mismo de verlas, fuera en el cine, en una revista o en la facultad. Tampoco dirían siempre «está buena», como única frase del repertorio, y tendrían cincuenta frases más, desde poéticas a groseras, para describir todos y cada uno de los detalles anatómicos o el potencial lascivo que intuyeran en cada caso.
Después de años y años de estar absolutamente casada, ahora (después del divorcio) ha descubierto el Mediterráneo. Pero tantos años de falta de práctica han hecho que olvidase cómo se nada, o que lo haga con tan poca destreza que no pueda adentrarse mucho en el mar.
No se está quieta en la silla. Enciende un cigarrillo tras otro y los aspira con intensidad. Lleva los labios pintados de rojo intenso. Antes de divorciarse no se los pintaba. No se ponía nada de maquillaje. Ahora, en cambio, lleva la cara como un cromo. Cuando sonríe (sonríe todo el rato), el maquillaje le hace un pliegue como de cartón en las comisuras de los labios. Y el pelo lo lleva cortado a la perfección, teñido de un castaño rojizo que en las canas se vuelve cobre grisáceo.
Mientras toman café, el profesor universitario la escucha y la observa. ¿Se estará reprochando todos los años perdidos en la fe monogámica? ¿Estará haciendo la lista de la cantidad de hombres que podría haberse tirado y no se ha tirado? ¿Será consciente de que, fiel a la fidelidad, se le ha aflojado la carne, le han salido arrugas y gente que hace diez años hubiera querido follar con ella ahora ni lo considera?
-¿Por qué me miras tan fijo? -dice ella de golpe-. ¿No te me querrás insinuar?
3 comentarios
ziamma -
Esstupenda -
Fri -